Justicia injusta 201211
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
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En el siglo XX se formaba la opinión de una manera sencilla. La comunicación informal, el chisme, el comentario de café; algunos personajes letrados, los editorialistas de los periódicos impresos, los noticieros de radio y televisión, eventualmente modelos no tradicionales como la historieta de los Simpson. Pare de contar.
Hoy tenemos una variedad mucho más grande de posibilidades,
principalmente por el acceso a las redes sociales. Este gran aporte de la
tecnología nos ha permitido saber las cosas de manera inmediata, a bajo costo,
con cabida a inmensa variedad de versiones. La publicidad ha cambiado y no
siempre la manera de informar al consumidor es la que conocíamos como
publicidad en medios, hablados o escritos. Hoy existe una gama amplia de medios
no tradicionales y los llamados “influencer” son muy relevantes en esta clase
de comunicaciones.
Todas estas fuentes de información han facilitado que, con el
objetivo de poner la opinión al servicio de intereses no siempre rectos, se
cambie el sentido de las palabras para acomodar y crear lo que se pueden llamar
falsas verdades.
Las personas deben tener siempre la opción de expresar lo que
piensan porque la libertad es un bien supremo pero hay que cuidarse de caer en
la trampa de la verdad acomodada. En este acomodo de la verdad ahora se llama
justicia a la injusticia.
Se llama justicia a la injusticia de haber liberado a un bandido
como “Jesús Santrich”, para que en entrevista televisiva[1] diga
que "La muerte de Álvaro Gómez no fue un asesinato sino un
ajusticiamiento".
Se llama justicia a la injusticia de condenar al Club el Nogal de
Bogotá a pagar una indemnización por el atentado de las FARC del que fue
víctima el propio club.
Se llama justicia a la injusticia de condenar a Andrés Felipe
Arias a 17 años de cárcel.
Se llama justicia a la injusticia de llamar a Bernardo Moreno a
juicio por hechos ya prescritos.
Se habla de justicia para promover el imperio del cinismo en un
estado de derecho que ha caído en la tergiversación de la verdad en un remolino
garantista que ha logrado que a través del uso de verdades acomodadas reine la
impunidad. Los bandidos ya aprendieron a evadirla, es común ver que apresan una
persona en flagrancia y en muy poco tiempo está en la calle burlándose o
amenazando a quien lo sorprendió en su fechoría. La policía se percibe desolada
por la inutilidad de su acción. Los derechos individuales siempre se invocan y
muchas veces logran pasar por encima de los intereses generales.
La verdad no se
puede acomodar y la justicia no puede ser injusta. Tienen que ser lo que son, y
no más.
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