Saturday, December 16, 2023

Las mujeres no saben hacer nada.


En una conversación reciente, una amiga dama trabajadora, me soltó la frase: “Las mujeres de antes no sabían hacer nada y por eso se aguantaban maridos infieles, borrachos, sinvergüenzas”. La frase se me clavó como una daga en el corazón.

Esa expresión es una de las grandes injusticias de nuestra sociedad que ha sufrido una transformación dramática a partir del momento en que aparecieron los anticonceptivos, las mujeres pudieron acceder a la libertad sexual sin el “riesgo” de tener hijos y se desarrollaron los modelos feministas.

“No tengo hijos porque me encarto, pierdo mi libertad, no puedo progresar en mi trabajo, prefiero una mascota, es una responsabilidad muy grande, no quiero traer hijos a esta porquería de mundo”. Nuestra civilización instituyó que la crianza de hijos y la atención hogareña no tenían valor económico ni de realización personal.

¡Qué error! Las mujeres y los hombres son biológicamente distintos, sienten distinto, su aporte al desempeño sexual es distinto, aman distinto.  Aún tengo en mi cabeza la actividad de mi madre que también era esposa, amante, ama de casa, profesora, formadora, guardiana, cuidandera, chofer, poetisa, cantora, bailarina, actriz, enfermera, líder cívica, fundadora de instituciones, alumna de inglés, de tiple, de canto, de solfeo, de jardinería, de costura, de cocina, del idioma de los sordomudos; navegante en Internet, vendedora de boletas para eventos caritativos, congregadora de familia y amigos, reconocedora de parientes aunque fuera por solo “una gota de sangre”. Y una vez en mi niñez cuando me preguntaron qué hacía mi mamá, contesté: “Nada, ella vive en la casa”.

Las estadísticas de la fuerza laboral no tratan el trabajo hogareño no remunerado como una actividad económica. Como consecuencia, vemos cambios en la pirámide de edades de la mayoría de las que llamamos sociedades desarrolladas como Canadá, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, España o Francia en las que la proporción de la población femenina mayor de 15 años en las actividades económicas que no incluyen lo que he denominado “no hacer nada”, es superior al 50%.[1]

La participación de las mujeres solteras que nunca han contraído matrimonio en las actividades clasificadas como económicas en Estados Unidos es cercana al 70%. Ellas reciben remuneración y sí se dice que trabajan. En Colombia, la participación femenina en la fuerza de trabajo es hoy del 24%; no se incluyen las que atienden actividades no remuneradas ni clasificadas como económicas entre las que se encuentran esas mujeres multitarea que no hacen nada. Y la cereza del pastel es que en una medición de 2014, en Colombia la dedicación del tiempo en actividades no remuneradas está un 323% por encima de lo que dedican los hombres a las que se clasifican como domésticas, el cuidado de personas y el trabajo voluntario. Todas esas personas, en su gran mayoría mujeres, no se consideran económicamente activas en las estadísticas de la oferta de la mano de obra; ¿Qué será lo que se debe cambiar? ¿El concepto o las estadísticas?

Las sociedades deberían pensar más a fondo en la necesidad de valorar el trabajo materno y doméstico y en proyectar una visión sobre cómo se debe orientar la demografía y el relevo generacional.

Empecé esta historia con una anécdota y quiero concluirla ofreciendo disculpas póstumas para mi mamá y todavía a tiempo con Tere, con Cecilia, con Gabriela, con Fany, con Elena, con Ruby, con Stelly, con Gilma, con todas las mujeres que optaron por criar una familia y “no hacer nada” y con aquellas que como Carmenza y Luz María a ese “hacer nada” le agregaron echarse al hombro obligaciones económicas. Debería haber contestado a aquella pregunta cuando estaba niño: Las mujeres trabajan tanto que son capaces de multiplicarse en un sinnúmero de tareas dándole prioridad a la más sublime de sus ocupaciones: Ser mamá.



[1] Las fuentes principales de estas estadísticas y conceptos fueron el DANE en Colombia y la página “Our Word in data”


 

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