Colombiano por un marrano a mucho honor 221222
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Me
enorgullece ser miembro de la familia de los fundadores de Armenia de la que
hizo parte un personaje que se hacía llamar Jesús María Arias Arcila Salazar y
Serna de la Cruz de Noriega que decía ser descendiente de un hijo natural del
rey de España. La vida me demostró que ni descendiente de rey ni de esa “raza
pura” del hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha sino de “pura raza colombiana”
forjada por el destino.
Me aficioné
por algunos días a la genealogía motivado por la posibilidad de tener un
pasaporte español, persuadido por la versión oral que acreditaba la afirmación
de Silverio de Jesús María Arias Arcila, con fe bautismal que certifica su
nacimiento en el Retiro Antioquia el 22 de junio 1863. La ilusión era encontrar
una antepasada judía sefardí a la que la infame Reina Isabel la Católica
hubiera desterrado de las llanuras Manchegas. Mi imaginario pasaba por la
hipótesis que esa noble mujer, seguramente desposada con un apuesto mozo de
barba lacia, armadura a lo Cid Campeador y bigotes en punta, hijo del Rey
Fernando de Aragón no con Isa sino con una menos brava y con más encantos que
la católica. La desafortunada pareja habría perdido su tierra natal no solo por
defender la religión de la mujer sino porque el esposo llevaba a cuestas el
pecado de haber sido parido por la plebeya gracias a una saltada de cerca del sonso
de Fernando que se dejó pillar por Isabel.
Emprendí mi
investigación en los libros especializados y en consulta con expertos. Mis
pesquisas no fueron vanas. La señora Rocío Sánchez del Real una genealogista miembro
de la Academia Colombiana de Genealogía, logró encontrar un hilo que conducía
al ansiado ancestro español sefardí.
Según el
informe técnico, mi antepasado es un tal Pedro Martín, citado en una historia
sobre las migraciones de judíos y conversos al territorio de lo que hoy es
Colombia durante la Conquista y la Colonia en los siglos XVI y XVII en la que
se identifican sefarditas que lograron “infiltrarse de manera disimulada entre
los grupos de viajeros que llegaron entonces, adoptando comportamientos que no
despertaran sospechas ni recelos del Tribunal de la Inquisición, institución
encargada de perseguirlos en España y en las tierras recién descubiertas del
Nuevo Mundo”. Nuestro tátara-tátara-tátara abuelo fue de esos que por salvar el
pellejo aprendió a comer marrano en exceso y nos dejó de herencia esas fiestas
espectaculares que disfrutamos todos los años con sacrificio de puerco por
estas épocas navideñas. Como quien dice, nos salvó el marrano y quedaba comprobado
que no era descendiente aunque fuera no reconocido del Rey de España.
Ahora quedaba lo de “raza pura” aristocrática
o plebeya, lo que fuera. No se mencionan mujeres en la investigación sobre el
linaje y me asaltaba la duda sobre si el tal Pedro, cuya inquieta hormona heredé
con orgullo, había logrado su descendencia criolla montando en india.
La única salida era acudir a la ciencia haciéndome el examen de ADN y… ¡Oh sorpresa! 14,8% de indio americano y 1,2% de Judío, con lo cual establecí que el único aficionado a las nativas no fue Pedro. No pocos de mis ancestros también tuvieron el mismo gusto.
Al final de
mi exploración obtuve como resultado que ni español, ni judío, ni indio. Colombiano
de raza pura, raizal de aquí, orgulloso de lo que soy, propietario de mis
defectos y seguro de que con todas esas aventuras que tuvieron que pasar esos
conquistadores, esos indios que sufrieron la invasión de extraños, esos
montañeros que se aventuraron a colonizar lo indomable, se forjó una manera de
ser única, capaz de sacar adelante proyectos como fundar una ciudad, establecer
una empresa con honradez y esfuerzo, poner en marcha una cooperativa como
Cofincafé o poner a trabajar la imaginación en pos de un futuro mejor para todos.
Esa
colombianidad, fue la que me dio los apellidos que tengo. Los Jaramillo y los
Arias, con toda la historia a cuestas, me enseñaron lo esencial, lo simple, lo
útil, la verdadera sabiduría: Dios existe, tiende la cama, no te orines en las
sábanas, báñate bien, come despacio y con los cubiertos, saluda, cumple tus
tareas, no te conformes con ser mediocre, ayuda a los demás, no seas soberbio,
no mientas, no robes, no hagas daño, no tomes ventaja, no cometas excesos, se
un buen ciudadano, ama la naturaleza, busca ser feliz haciendo el bien y
tantas, tantas cosas más.
Con esos
mitos y esas herramientas he protagonizado ya durante 70 años esta película
corta de la vida que me hace feliz porque no solamente nos salvó el que Pedro
comiera marrano sino que como decía Joaquín Sabina, hay más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas, más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
1 Comments:
Luis Fernando, me encato tu artículo y trajo ami memoria la figura y modo de ser de tus padres. ComoCuando
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