Un cielo para todos 210507
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan! ¡Hay que llorar
por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena fabrican para todos
dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena brindando al mundo entero
frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores lo mismo en la
montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores, con la vista y el alma
siempre en la altura.
Fragmento de “El Sembrador”, poema de Marcos Rafael Blanco Belmonte
Al lado de esos grupos hay otros que también quieren un país diferente porque están convencidos de que tenemos que superar nuestros problemas. Son personas que quieren estudiar, hacer empresa o mantener su trabajo, ven el mundo en una perspectiva de esfuerzo, de acción colectiva de construcción a largo plazo. También creen que es necesario cambiar cosas para que todos podamos vivir en paz bajo este cielo y sobre cómo hacerlo tienen las más diversas opiniones.
Se ha puesto en la mitad otro grupo que por razones doctrinarias, ideológicas, de oportunismo o de ignorancia, acepta la idea de que el camino es la combinación de formas de lucha. Lucha política, lucha jurídica, lucha mediática, violencia. Destruir o paralizar es la consigna, no importa que las cosas se hayan construido para el servicio de todos. El gobierno tendrá que reconstruir y si no reconstruye se logrará mayor descontento y el sistema se irá desplomando hasta que logren su objetivo. Acceder al poder para instaurar una dictadura de cualquier corte, porque el verdadero riesgo no es la tendencia ideológica. Es caer en manos de los extremistas.
En esa combinación de formas de lucha, la desinformación es pieza clave. Practicar un derecho como el de la manifestación pública y pacífica [1] no puede interpretarse como si fuera un derecho a destruir bienes privados o públicos. Tampoco es el derecho a impedir la circulación de los demás[2] ni a obligar a otro a que no trabaje[3].
El lenguaje se ha convertido en una muy eficaz justificación de acciones indebidas y el gobierno nacional parece prisionero de esta arma política hábilmente esgrimida por sus contradictores. No se habla de derecho a la manifestación pública y pacífica sino del derecho a la protesta aunque degenere en violencia, y la palabra paro se ha convertido en una patente de corso[4] para impedir la libre movilización y obstaculizar el derecho al trabajo del que quiere ejercerlo.
El sentido de mi llamado hoy es a que los colombianos analicemos cuáles son las razones de la actuación de los otros, cumplamos y el gobierno haga cumplir las reglas de juego consagradas en los 380 artículos de la Constitución para que nos pongamos en la tarea de acordar cuál es la nación que queremos, construyamos ese “proyecto sugestivo de vida en común” del que habló Ortega y Gasset y pongamos en práctica la voluntad de la mayoría para lograr ese país donde tengamos un cielo para todos.[1] Artículo 37 CN. Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse
pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los
casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho.
[2] Artículo 24 CN. Todo colombiano, con las limitaciones que
establezca la ley, tiene derecho a circular libremente por el territorio
nacional, a entrar y salir de él, y a permanecer y residenciarse en Colombia.
[3] Artículo 25 CN. El trabajo es un derecho y una obligación social y
goza, en todas sus modalidades, de la especial protección del Estado. Toda
persona tiene derecho a un trabajo en condiciones dignas y justas.
[4] La expresión “tener patente de corso” tener una persona potestad de
actuar con total desprecio de los derechos de los demás.
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