Prohibiciones terminantes, consecuencias bumerán[1] 210304
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Pachito Alonso me llamó muy bravo. ¿Cómo cree usted que
vamos a vivir con esas leyes bumerán? Tranquilo, le contesté; ¿Qué quiere decir
con bumerán? Las proponen con una intención y el resultado es otro; en este
país creemos que todo se arregla con leyes. ¿Cómo cuál? y Pachito se despachó:
Mire usted. Se acaba de conocer una ley que prohíbe castigar
a los niños. Yo fui de la época del mejor sicólogo que ha existido, la
chancleta. ¿Cree usted que con el castigo físico se logra más que con una
adecuada formación y educación? le pregunté. Seguramente que no, pero tampoco con
prohibiciones terminantes. En mi casa mi papá solo se ponía bravo y nos hacía
lo que nosotros llamábamos “cara de avión”, la de armas tomar era mi mamá que
tenía lista la correa si le desobedecíamos, si le decíamos alguna mentira, si
nos quedábamos con alguna devuelta después de hacer algún mandado o si dañábamos
algún objeto de la casa. El resto eran regaños suaves, otros más fuertes pero hasta
las pelas eran impregnadas de amor y de la intención que fuéramos gente de
bien. Y creo que lo logró, remató Pachito. Yo he sido un hombre bueno, no hago
daño a nadie y trabajo honradamente. No lo dudo, asentí porque lo conozco bien.
Y continuó Pachito. Esta semana estuve en una finca cafetera
y el hijito del mayordomo lo acompañaba a recoger la leña. Con ese cuento de la
prohibición total al trabajo infantil, vamos a tener que ampliar las cárceles
para meter todas las personas que le enseñan su trabajo y sus artes a sus niños
pensando en que con eso van a tener herramientas para la vida. Pero ahora hay
una ley que ordena que ningún menor trabaje. ¿Cómo vamos a lograr que los hijos
aprendan el oficio de sus padres? Si los padres no les ayudan, los muchachos muchas
veces no tienen una orientación que les permita decidirse bien.
Imagínese Luis Fernando que en la misma finca que le cuento,
los jóvenes entre 15 y 18 años que ya conocen la tal prohibición primero
piensan que el trabajo es un castigo y que ellos no tienen por qué sufrirlo y
segundo, como les da pereza estudiar, permanecen con una barra de amigos que ya
les enseñaron a meter vicio.
Sin interrumpir su diatriba Pachito me contó que esta semana
había visto un video de un policía que se defendió de un campesino que después
de cortar con un machete a su compañero policía ya iba por él. El agente le
disparó en una pierna y la expresión de su compañero desde el suelo fue, ¡Se
embaló hermano, se embaló! La autoridad ya le tiene más miedo a la ley que a
los delincuentes. Esas leyes son bumerán.
¿Bumerán como ese juego en el que se lanza un instrumento que
regresa? Si, me dijo Pachito, pero no viene suavemente, regresa y le da en la
cabeza. En lugar de promover la educación, la formación en principios y el
justo medio, lo que se termina fomentando con estas leyes mal pensadas es la
falta de amor por el trabajo, el vicio desde edades tempranas y la falta de
respeto a la autoridad.
Pachito, aunque no siempre estoy de acuerdo, su crudeza para
decir las cosas lo pone a pensar a uno, me despedí.
[1] Estas que son opiniones recogidas por el columnista de
conversaciones con gente del común que se personifican en Pachito Alonso.
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