Madre, la palabra más sublime 200509
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Quiero cantarles hoy a las madres. Esos seres que nos protegen
y hacen por nosotros lo que nadie más es capaz de hacer por alguien. Yo despedí
a mi madre el pasado mes de enero. Ella viajó a la eternidad con una sonrisa en
la boca y con el sentimiento de haber cumplido más allá del deber. Sentir un
abrazo protector de madre, percibir una mirada de reproche razonada, mirar al
futuro con la confianza de un apoyo por parte de ella, son sensaciones que al
recordarlas estremecen el corazón.
En mi madre quiero también rendirle un homenaje a nuestro
sistema de salud, tan vituperado durante tantos años pero que hoy, después de
27 años de existencia ha demostrado que se pueden hacer las cosas con visión de
futuro y con sentido de país.
Un joven senador de Antioquia fue el coordinador de ponentes
en el congreso de la Ley 100 de 1993. Por iniciativa del presidente de entonces
César Gaviria, el senador Álvaro Uribe, apoyado en las ideas revolucionarias de
Juan Luis Londoño, y con el timón desde el gobierno del ministro de trabajo
Luis Fernando Ramírez, pusieron las bases de lo que hoy tenemos, no sin
defectos, como uno de los sistemas de seguridad social más importantes del
mundo.
Todos los colombianos tenemos hoy derecho a la salud. Desafortunadamente
el sistema no se ha escapado de la corrupción, ese mal que se ha enquistado en nuestro
país y ha corroído la política hasta sus más profundos cimientos. Hoy todos los
colombianos, sin excepción, tenemos derecho a la atención médica en hospitales
y centros de salud. Un país como los Estados Unidos no tiene esa misma opción
para el universo de sus habitantes.
Mi madre murió a la edad de 101 años; de mis cuatro abuelos,
el que más tiempo duró, murió a la edad de 72 años. Hoy es común conocer
personas de 90 o más años y en el siglo pasado cuando alguien llegaba a los 80 el
hecho se consideraba algo fuera de lo común.
En el mundo de hoy, muchas madres preferirían tener la
posibilidad de dedicarse a sus hijos pero se resignan a trabajar en actividades
fuera de casa para apoyar la manutención del hogar. Esas madres son nobles,
aguerridas, luchadoras. Me inquieta que no nos hemos ocupado de darle un valor
económico a ese de ser mamás, su trabajo más sublime.
El mundo las necesita en
su labor de mamás, pero muchas se han echado la carga de participar en el
aporte a las necesidades económicas de las familias sin dejar de hacerse
responsables de muchas labores domésticas y de casi la mayoría de las
exigencias de atención de parte de sus hijos. La verdadera declaración de igualdad de la
mujer estaría en que pudiéramos valorar económicamente su trabajo para que las
que así lo decidieran, se pudieran dedicar a la crianza de buenos ciudadanos.
Labels: Conmemorativos
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