Saturday, May 09, 2020

Madre, la palabra más sublime 200509


Por Luis Fernando Jaramillo Arias

Quiero cantarles hoy a las madres. Esos seres que nos protegen y hacen por nosotros lo que nadie más es capaz de hacer por alguien. Yo despedí a mi madre el pasado mes de enero. Ella viajó a la eternidad con una sonrisa en la boca y con el sentimiento de haber cumplido más allá del deber. Sentir un abrazo protector de madre, percibir una mirada de reproche razonada, mirar al futuro con la confianza de un apoyo por parte de ella, son sensaciones que al recordarlas estremecen el corazón.
En mi madre quiero también rendirle un homenaje a nuestro sistema de salud, tan vituperado durante tantos años pero que hoy, después de 27 años de existencia ha demostrado que se pueden hacer las cosas con visión de futuro y con sentido de país.

Un joven senador de Antioquia fue el coordinador de ponentes en el congreso de la Ley 100 de 1993. Por iniciativa del presidente de entonces César Gaviria, el senador Álvaro Uribe, apoyado en las ideas revolucionarias de Juan Luis Londoño, y con el timón desde el gobierno del ministro de trabajo Luis Fernando Ramírez, pusieron las bases de lo que hoy tenemos, no sin defectos, como uno de los sistemas de seguridad social más importantes del mundo.

Todos los colombianos tenemos hoy derecho a la salud. Desafortunadamente el sistema no se ha escapado de la corrupción, ese mal que se ha enquistado en nuestro país y ha corroído la política hasta sus más profundos cimientos. Hoy todos los colombianos, sin excepción, tenemos derecho a la atención médica en hospitales y centros de salud. Un país como los Estados Unidos no tiene esa misma opción para el universo de sus habitantes.

Mi madre murió a la edad de 101 años; de mis cuatro abuelos, el que más tiempo duró, murió a la edad de 72 años. Hoy es común conocer personas de 90 o más años y en el siglo pasado cuando alguien llegaba a los 80 el hecho se consideraba algo fuera de lo común.

En el mundo de hoy, muchas madres preferirían tener la posibilidad de dedicarse a sus hijos pero se resignan a trabajar en actividades fuera de casa para apoyar la manutención del hogar. Esas madres son nobles, aguerridas, luchadoras. Me inquieta que no nos hemos ocupado de darle un valor económico a ese de ser mamás, su trabajo más sublime. 

El mundo las necesita en su labor de mamás, pero muchas se han echado la carga de participar en el aporte a las necesidades económicas de las familias sin dejar de hacerse responsables de muchas labores domésticas y de casi la mayoría de las exigencias de atención de parte de sus hijos. La verdadera declaración de igualdad de la mujer estaría en que pudiéramos valorar económicamente su trabajo para que las que así lo decidieran, se pudieran dedicar a la crianza de buenos ciudadanos.

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