Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Álvaro Uribe es un hombre. Así como suena, un hombre con
virtudes, con defectos, con fortalezas, con debilidades. Un hombre que ha
dedicado su vida al servicio; un hombre de familia; un hombre disciplinado; un
hombre sencillo, sensible, amable, amigo de sus amigos, amante de los caballos,
querendón del campo, con una inteligencia sobresaliente y una memoria
envidiable, una capacidad de trabajo fuera de lo común, un líder extraordinario,
una persona de objetivos claros. Un hombre que luchando por el país se exige
más allá del deber, hasta la excelencia.
Ha cometido errores. Cuando se dejó convencer por los cantos
de sirena de reformar la constitución para habilitarlo para su reelección
inmediata; cuando confió en mandos que le reportaron como logros resultados
delictuosos. Cuando ingenuamente apoyó candidaturas de sepulcros blanqueados.
Esos errores le han costado un serio deterioro de la imagen que construyó en
muchos años de trabajo, porque los enemigos que se granjeó en las batallas por
la Patria se han dedicado a atacarlo con sevicia, con mensajes dirigidos
especialmente a personas jóvenes que no vivieron los horrores de una violencia
financiada por narcotráfico, sin escrúpulos, que nos condujo a un secuestro
nacional. Le cobran que no les dejó apoderarse del país, que nos liberó de ese
encierro de forma que pasamos de ser un Estado inviable, a uno que comenzó a
crecer a tasas del orden del 6% anual y le cobran a través de una sucia estrategia
de judicializarlo en muchos casos con pruebas espurias, a él y a colaboradores cercanos.
También tiene contradictores que no comparten su manera de
ser, su liderazgo, su forma de actuar, sus tesis. Él los respeta y ve en ellos
su derecho democrático.
Fundó Uribe el partido Centro Democrático para promover sus
ideas y darle curso a su vocación de poder. Yo comparto esos valores republicanos;
¿Quién no quiere seguridad? ¿Qué país no aspira a inversión privada? ¿Quién no
ve con buenos ojos el diálogo popular? ¿Quién no aprecia un país con cohesión
social? ¿Quién no anhela un estado austero?
Desafortunadamente el partido ha venido perdiendo su
estructura y su institucionalidad está debilitada. Los cuadros nacionales no
parecen tener jurisdicción sobre las regiones en tanto que en las regiones solo
algunos de los parlamentarios elegidos en 2018 gracias al arrastre del senador
más votado en la historia del país, intentan hacer esfuerzos por retener los
copartidarios como se tamiza agua con un colador. El partido, con la excepción
de esos parlamentarios y de los que hoy figuran como precandidatos presidenciales,
carece de liderazgo y arraigo regional. Nadie se declara CD o
Centrodemocratista o simpatizante del Centro Democrático. La mayoría se
confiesa uribista en una clara alusión a lo que se puede definir como mentalidad
caudillista.
Descrito este dramático cuadro, en aras de mi compromiso con
la verdad y motivado por mi agradecimiento, respeto y especial cariño por
Álvaro Uribe, por María del Rosario Guerra, por Paloma Valencia, por María
Fernanda Cabal, por Rafael Nieto, por Carlos Felipe Mejía, por Alejandro Corrales,
por Ruby Chagüi, por Oscar Iván Zuluaga, por Daniel García, por Diego Javier
Osorio y por todos los ciudadanos de a pie que localmente a nombre de la
colectividad me ayudaron en la campaña a la alcaldía en 2019, quiero pedirles
una reflexión sobre la verificación y firmeza del ideario, sobre los esquemas
de designación, sobre la estructura institucional, sobre todo lo que se
necesita para inspirarse en la búsqueda del poder.
En el Quindío no podemos agregar mucho a la descripción.
Tenemos como representante a la Cámara un gran señor, trabajador y cumplidor de
su deber, jefe del partido en la región pero sin interés en ejercer como tal.
Parece preferir la academia, la práctica en el recinto legislativo, las buenas
maneras en el trato con las personas pero lejos del perfil de líder que ha
caracterizado a Uribe. Unos pocos quijotes en un comité departamental elegido a
dedo porque no se ha podido de otra manera y una entusiasta y dedicada señora
son el remedo de la institucionalidad del partido en la región.
Se observan divisiones, la orfandad por el líder Fabio
Olmedo Palacio, la desazón de muchos, transfuguismo en no pocos, transacciones
con el poder local en otros, apatía en numerosas mentes. Afortunadamente hay
algunas iniciativas de reconstrucción no exentas de conatos de rebeldía.
Es hora de pensar en el ideal de recuperar una política sana
que propugne por el bienestar colectivo, es hora de acabar la corrupción, es la
hora de llamar a Diego Javier y al Comité departamental a conectar con la
juventud, a recoger los deseosos de ayudar al partido, a insistir en armar de
nuevo esa gloriosa colectividad que ha orientado las decisiones populares en
los últimos veinte años, a innovar en los nombres, a promover los nuevos
liderazgos, a incorporar en los programas la consideración a los tiempos que
corren, a adaptar las acciones a los llamados del medio ambiente, a la
aplicación renovada de los principios partidistas. Ustedes tienen juventud
suficiente para no ser inferiores a su tiempo como Álvaro Uribe, ya en el final
de su carrera, se irguió desde los años 90 en un territorio donde cundía la
desesperanza y logró remontar y permanecer durante muchos días en un índice de
popularidad no igualado por cualquier otro en la historia del país.
Es la hora de esos ideales y el Quindío es una región fértil
para trabajar por ellos.