Odios promovidos y legitimidad arrogada 251121
Por Luis Fernando
Jaramillo Arias..
Colombia necesita reformas, sí, pero también respeto.
Reformar no es arrasar: Es mejorar lo que no funciona sin demoler lo que nos
sostiene. La Nación no avanza a gritos ni a codazos, avanza cuando escucha,
corrige y acuerda. Por eso urge una actitud distinta en la cúpula del poder: Líderes
que inspiren, no que dividan; estadistas que eleven el tono, no púgiles de la
grosería que reducen la política a un ring..png)
Conviene recordarlo: Ni la Presidencia ni el Congreso
encarnan por sí solos al pueblo. Ambos surgen del mismo origen —el voto
ciudadano— y comparten igual legitimidad. Cuando una institución pretende
arrogarse la representación exclusiva, desfigura la democracia y dinamita los
puentes que necesita para gobernar. El disenso es sano; la descalificación
permanente, tóxica. La República se sostiene en pesos y contrapesos, no en
pulso y pulso.
Las reformas requieren una brújula ética y un termómetro
social. La sociedad puede ponerse en contra de cambios que, con el pretexto de
la “transformación”, golpean a la mayoría al tocar fuentes esenciales de
riqueza. Pongo un ejemplo sensible: Ecopetrol. Más allá de las ortodoxias, su
estabilidad incide en el empleo, en la inversión, en las finanzas públicas y,
en últimas, en el bolsillo de millones. Es legítimo discutir su rumbo
—transición energética incluida—, pero sería irresponsable tratarlo como si fuera
un juguete ideológico. Un país que descuida la gallina de los huevos de oro
termina importando los huevos… y la gallina.
Necesitamos respeto institucional y siembra de concordia. El
debate fuerte, sí; el insulto, no. La crítica con argumentos, sí; la
estigmatización, jamás. Quien gobierna y quien legisla deben asumir que su
mandato es construir acuerdos, no coleccionar enemigos. La legitimidad que les
confirió el voto exige grandeza: Explicar, escuchar, rectificar. Y al ciudadano
le corresponde exigir decoro, premiar la solvencia y castigar la estridencia.
Reformas con método, diálogo con reglas, protección del patrimonio común y una narrativa de unión. Ese es el camino. El país no está para Santos ni mesías, sino para adultos que sepan que la democracia es un trabajo paciente. Hagámoslo entre todos: Menos rabia y más República. ¿Nos damos esa oportunidad?
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