A mis amigos empresarios[1] 220326
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Hoy apareció en la mesa un cuarto contertulio: Lúcido
Cortés, un empresario exitoso de la región. La conversación se animó al calor
de los tintos.
Pachito, un hombre curtido en los asientos de la plaza de
Bolívar y en el interés por la política le respondió: Al contrario, don Lúcido,
así como lo hacen Mario Hernández o Arturo Calle, los empresarios deben tener
una posición política pública para que defiendan la democracia y las
libertades. La sociedad es como un vaso de agua con muchos rincones y la
política es como el agua; llena todo lo que esté vacío, esté limpia o sucia, es
decir, alguien ocupa el espacio, si no son los buenos, serán los malos, si no lo
ocupan los honrados, serán los corruptos. Hace más daño la indolencia de los
buenos que la perversidad de los malos.
Yo hago lo mío, zapatero a tu zapato. Silenciosamente observo
la ley, doy trabajo, cuido el ambiente, a nadie le cuento cuando tengo
dificultades para pagar la nómina o cumplirle al banco y siempre quedo bien con
mis compromisos, le contestó Lúcido.
Diógenes apoyó a Pachito. Los empresarios son de una timidez
incomprensible para comunicar que el trabajo que hacen busca el mayor provecho
económico posible y que su acción revierte a toda la sociedad. Les da pena
decir que la creación de riqueza es un objetivo básico de la economía libre
para el mejoramiento colectivo e individual y que el éxito económico es no solo
un objetivo de la empresa, sino también un deber de la misma. Una empresa sin utilidades
no se sostiene y deja de generar empleo y bienestar.
Y otra cosa, todos los empleos que genera una compañía pueden
aportar en forma directa o indirecta a incrementar los ingresos o a reducir los
egresos y esto es válido para todos los cargos, no solamente para aquellos para
los cuales es más evidente su contribución a la producción de utilidades.
Lucho preguntó; ¿Entonces las empresas dependen de los
empleados? ¡Claro! Son importantísimos, contestó Diógenes, y también el trabajo
de las personas depende de la existencia de las empresas. Son la cara y el
sello de la misma moneda y para la existencia de unos se necesitan los otros.
Si no hay trabajadores no hay empresas y si no hay empresarios no hay trabajo.
Pachito remató la conversación: Deje su timidez don Lúcido y hable de lo suyo sin pena. Haga política personalmente, apoye políticos rectos, invite a sus trabajadores a votar. Piense en que si no defiende las instituciones con su participación en política, no habrá país en el que pueda hacer su empresa.
[1] Varios
de estos conceptos son adaptación de una carta que el presidente del Banco de
Bogotá, Jorge Mejía Salazar, dirigía a sus nuevos empleados por el año de 1.969