Todavía no lloremos por Chile 220101
Por Luis Fernando Jaramillo Arias
Ir a Chile después del resultado de las elecciones del
pasado 19 de diciembre representó adicionalmente a la expectativa del paseo
familiar, delicioso por cierto, una marcada curiosidad política.
Como viajero desprevenido me llamó la atención el exceso de
regulaciones y la rigidez personal que se encuentra con frecuencia. Disciplina
un poco llevada al extremo, pasaportes de movilidad para control de la pandemia,
permisos y comprobaciones gubernamentales para todo. El temor a la autoridad de
los carabineros es muy impactante.
¿De dónde surge el descontento que puso en jaque al gobierno
en un país en el que sus ciudadanos emigran poco, un país con una infraestructura
envidiable, la economía más dinámica de Suramérica, un país con antecedentes de
respeto por las instituciones a partir de la transición de Pinochet? Los
contradictores del sistema de democracia de libertades han trabajado con
eficacia en aprovechar las contradicciones que han surgido con los años, el
descuido de muchas empresas en aspectos de retribuciones sociales y han
socavado la idea de apoyarse en el ahorro y en la austeridad del hoy para asegurar
el mañana o para dejar un mejor vivir a la descendencia, conceptos basados en
la expectativa de una vida en el más allá o en la configuración de una imagen
que logre trascender la muerte. Como muchos jóvenes no quieren tener hijos y creen
que no hay vida futura, todo debe lograrse aquí y ahora. Y lo más serio, la
educación tomada por los pregoneros de que la condición humana por la sola
razón de la existencia implica derechos sin deberes, que todo lo malo que me
ocurre o es por culpa del gobierno o por causa de los demás, que la desigualdad
se soluciona con reformas que le den más poderes al Estado, promueve odios y confusiones
muy serias a la hora de tomar decisiones electorales.
Los chilenos con que pude hablar, gente buena, tranquila,
disciplinada, carente de “malicia indígena” parecen haber recibido el resultado
electoral con tranquilidad y seriedad democrática. Conversé tanto con
partidarios del presidente electo Boric como del derrotado Kast y todos ellos
miran la elección como parte de la normalidad política chilena en la que la
alternación entre mandatarios de lo que se denomina izquierda con presidentes
de lo que se señala como derecha ha sido la constante en las últimas dos
décadas. Los chilenos confían en que se pueda mantener la sucesión pendular que
va de Lagos (derecha) en 2006 a Bachelet (izquierda), de esta a Piñera (derecha)
en 2010, de nuevo Bachelet en 2014 que entregó a Piñera en 2018 que será
sucedido en 2022 por Boric que se espera gobierne hasta 2026, a no ser que se
desborde el apetito estatizante y segador de la democracia que atraviesa los
aires americanos llevando a las constituciones a que se puedan dar reelecciones
sucesivas e indefinidas.
La gran prueba que deben cruzar los chilenos es la de la firmeza de sus instituciones para que lo que surja de la presidencia Boric y la constitución que están reformando corresponda a la confianza que parecen tener las personas con quienes tuve oportunidad de conversar. Habrá que dar ese compás de espera y no llorar todavía por Chile.
1 Comments:
Interesante escrito, el todavía podría ser augurio que lloraremos, aunque espero que no.
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