Animales, trabajo y ciudadanía: El equilibrio que nos debemos
El martes 18 de noviembre, en Quimbaya, un caballo carretillero cayó exhausto en plena vía. La escena causó estupor y rabia. No es para menos. Detrás de ese tropiezo hay familias que viven del oficio y un animal sometido a una carga que no podía soportar. Dos realidades que nos interpelan a la vez.
Conviene decirlo sin rodeos: Los animales trabajan al
servicio de sus dueños, pero no son máquinas. No pueden ser
sobreexplotados. Deben cuidarse, alimentarse y mantenerse en condiciones
adecuadas. Punto. La dignidad también se expresa en el trato a los seres que
nos ayudan a ganarnos la vida.
En varios municipios del Quindío existe normativa que ordena
sustituir los vehículos de tracción animal por motorizados. La intención es
buena; el resultado, desigual. Bogotá hizo una reconversión costosa y, años
después, la postal cambió de especie pero no de drama: Ya no vemos caballos
halando carretas, pero sí familias arrastrando bultos de reciclaje, con pesos
que sobrepasan sus fuerzas. Se alivió el síntoma, se trasladó el problema.
Ahí está la lección: En asuntos de ciudadanía, las
soluciones no pueden nacer de ocurrencias ni de moralismos de ocasión.
Deben surgir de diagnósticos serios, de equilibrios inteligentes entre
bienestar animal, ingreso digno y movilidad urbana. Si no, reemplazamos el
látigo por la indiferencia y seguimos fallándole al más débil.
¿Qué hacer? Tres líneas claras. Primero, reconversión
productiva real: No basta con “entregar un motor”; hay que acompañar con
capacitación, microcrédito y rutas de comercialización. Segundo, estándares de
cuidado animal verificables, con inspección y sanción efectiva. Tercero,
logística urbana para el reciclaje: Centros de acopio cercanos, horarios y
rutas que eviten que el peso de nuestra basura recaiga—literalmente—sobre
cuerpos humanos o animales.
La buena política no se grita: Se diseña, se mide y se
corrige. Cuando el Estado regula, la sociedad acompaña y las familias
cuentan con opciones, la convivencia mejora. El caballo no cae, la familia no
se rompe y la ciudad no se degrada.
Quimbaya nos dio un llamado de alerta. Que no se pierda en
el ruido. Equilibrio, inteligencia y sentido social: Ese es el camino.
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