Thursday, November 27, 2025

Animales, trabajo y ciudadanía: El equilibrio que nos debemos


El martes 18 de noviembre, en Quimbaya, un caballo carretillero cayó exhausto en plena vía. La escena causó estupor y rabia. No es para menos. Detrás de ese tropiezo hay familias que viven del oficio y un animal sometido a una carga que no podía soportar. Dos realidades que nos interpelan a la vez.

Conviene decirlo sin rodeos: Los animales trabajan al servicio de sus dueños, pero no son máquinas. No pueden ser sobreexplotados. Deben cuidarse, alimentarse y mantenerse en condiciones adecuadas. Punto. La dignidad también se expresa en el trato a los seres que nos ayudan a ganarnos la vida.

En varios municipios del Quindío existe normativa que ordena sustituir los vehículos de tracción animal por motorizados. La intención es buena; el resultado, desigual. Bogotá hizo una reconversión costosa y, años después, la postal cambió de especie pero no de drama: Ya no vemos caballos halando carretas, pero sí familias arrastrando bultos de reciclaje, con pesos que sobrepasan sus fuerzas. Se alivió el síntoma, se trasladó el problema.

Ahí está la lección: En asuntos de ciudadanía, las soluciones no pueden nacer de ocurrencias ni de moralismos de ocasión. Deben surgir de diagnósticos serios, de equilibrios inteligentes entre bienestar animal, ingreso digno y movilidad urbana. Si no, reemplazamos el látigo por la indiferencia y seguimos fallándole al más débil.

¿Qué hacer? Tres líneas claras. Primero, reconversión productiva real: No basta con “entregar un motor”; hay que acompañar con capacitación, microcrédito y rutas de comercialización. Segundo, estándares de cuidado animal verificables, con inspección y sanción efectiva. Tercero, logística urbana para el reciclaje: Centros de acopio cercanos, horarios y rutas que eviten que el peso de nuestra basura recaiga—literalmente—sobre cuerpos humanos o animales.

La buena política no se grita: Se diseña, se mide y se corrige. Cuando el Estado regula, la sociedad acompaña y las familias cuentan con opciones, la convivencia mejora. El caballo no cae, la familia no se rompe y la ciudad no se degrada.

Quimbaya nos dio un llamado de alerta. Que no se pierda en el ruido. Equilibrio, inteligencia y sentido social: Ese es el camino.

 

Tuesday, November 25, 2025

Odios promovidos y legitimidad arrogada 251121

 


Por Luis Fernando Jaramillo Arias..

Colombia necesita reformas, sí, pero también respeto. Reformar no es arrasar: Es mejorar lo que no funciona sin demoler lo que nos sostiene. La Nación no avanza a gritos ni a codazos, avanza cuando escucha, corrige y acuerda. Por eso urge una actitud distinta en la cúpula del poder: Líderes que inspiren, no que dividan; estadistas que eleven el tono, no púgiles de la grosería que reducen la política a un ring.

Conviene recordarlo: Ni la Presidencia ni el Congreso encarnan por sí solos al pueblo. Ambos surgen del mismo origen —el voto ciudadano— y comparten igual legitimidad. Cuando una institución pretende arrogarse la representación exclusiva, desfigura la democracia y dinamita los puentes que necesita para gobernar. El disenso es sano; la descalificación permanente, tóxica. La República se sostiene en pesos y contrapesos, no en pulso y pulso.

Las reformas requieren una brújula ética y un termómetro social. La sociedad puede ponerse en contra de cambios que, con el pretexto de la “transformación”, golpean a la mayoría al tocar fuentes esenciales de riqueza. Pongo un ejemplo sensible: Ecopetrol. Más allá de las ortodoxias, su estabilidad incide en el empleo, en la inversión, en las finanzas públicas y, en últimas, en el bolsillo de millones. Es legítimo discutir su rumbo —transición energética incluida—, pero sería irresponsable tratarlo como si fuera un juguete ideológico. Un país que descuida la gallina de los huevos de oro termina importando los huevos… y la gallina.

Necesitamos respeto institucional y siembra de concordia. El debate fuerte, sí; el insulto, no. La crítica con argumentos, sí; la estigmatización, jamás. Quien gobierna y quien legisla deben asumir que su mandato es construir acuerdos, no coleccionar enemigos. La legitimidad que les confirió el voto exige grandeza: Explicar, escuchar, rectificar. Y al ciudadano le corresponde exigir decoro, premiar la solvencia y castigar la estridencia.

Reformas con método, diálogo con reglas, protección del patrimonio común y una narrativa de unión. Ese es el camino. El país no está para Santos ni mesías, sino para adultos que sepan que la democracia es un trabajo paciente. Hagámoslo entre todos: Menos rabia y más República. ¿Nos damos esa oportunidad?