Segunda oportunidad.
Para muchos colombianos que hemos transitado tantos momentos
de violencia, que hemos sido testigos del odio sin límite, oír nombres como
Mesetas, La Uribe, Lejanías, San Juan de Arama, Vistahermosa, La Julia, La
Cristalina, Río Güéjar, río Guape, río Duda, río Cafre nos traen recuerdos muy
duros de la historia reciente de Colombia. Estar en esos sitios y hablar con
personas que pronuncian con naturalidad apodos que han aparecido en las
noticias como protagonistas del terror, de la intimidación, pone los pelos de
punta.
Por obra del destino, visité esos lugares en una de las
búsquedas que hago para palpar la realidad nacional de una manera diferente a
la que a veces nos formamos en un imaginario que nos construyen otros.
Al margen de los nombres que nos causan desasosiego, encontré
poblados como cualquier otro en el país pero también paisajes y accidentes
geográficos que no existen en alguna otra parte del mundo. Ríos de verde color,
raudales que emanan vida, piscinas naturales, profundos cañones en los que las
aguas han transcurrido por millones de años horadando la roca y dibujando
figuras que se ven como si fueran esculpidas a propósito.
Pero lo más grato es oír jóvenes que hacen relatos que a
veces no compartí por sus sesgos ideológicos pero que hacen un esfuerzo genuino
por hablar equilibradamente de los gobiernos, por hacer menciones de épocas
violentas diciendo que son pasado, de su infancia sufrida, de lo que quieren
superar.
Son los pobladores de esa región que quieren construir futuro.
Colombianos como nosotros, las mismas costumbres, la misma música, muchas
similitudes. ¿Somos todos una patria dividida por quienes insisten en
mantenernos así? Odios, compartimientos, segmentaciones, separatismo
identitario, cosas que no se entienden. A estas alturas parecemos estar en una
pelea en un estadio. Todos repartiendo golpes sin saber a quién y por qué. Un
decir desgarra el alma: “Perdí mi papá, perdí mi hermano, perdí mi pasado. Solo
me queda mi futuro y no quiero perderlo todo otra vez”.
Ellos han visto en el turismo sostenible y de aventura la opción
de conseguir una segunda oportunidad en
la vida.
Alguno dice “no tenemos plata pero tenemos ideas sanas que producen plata”. En
ese pensar, de comunismo no hay nada.
Tienen esos ríos que han dejado su
huella en hondonadas labradas en roca con más de 100 metros de pared vertical, montañas
caprichosas, llanuras infinitas, mil paisajes más y un gran empeño en asumir
una actitud amable y de servicio para mostrar al mundo sus bellezas naturales,
conservarlas y eliminar su estigma.
Pedruni, un hombre convencido de estar
en el camino correcto me decía:
“Tengo que expresarles a usted y a sus
compañeros nuestros más sinceros agradecimientos, no solo por visitar nuestro
territorio, sino también por no dejarse influenciar por los medios de
comunicación amarillistas que respondiendo a políticos inescrupulosos, nos generan
una atmósfera de falsa inseguridad. No negamos que existan problemas, pero hoy
por hoy somos una de las regiones más seguras del país. Los rostros y los
relatos de los guías que los acompañaron son de personas que han sufrido el
flagelo de la violencia que gracias al turismo tienen una mejor opción a la de
empuñar un arma o raspar una mata de coca. La mejor forma de enfrentar el
terrorismo es no teniendo miedo. Regresen, los estaremos esperando”
Pedruni y yo nos abrazamos.
Seguramente él perteneció a algún grupo armado ilegal y puede pensar
cualquier cosa de mí, pero el abrazo fue sincero entre ambos.