Saturday, July 05, 2008

¿Por qué siembro Mangostinos?


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“La Agricultura es la profesión propia del sabio; la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre”
Cicerón

José Luis Jaramillo era un hombre raro. Serio y adusto, toleraba con sumo agrado las “enguandas” de Marina; vivía de la agricultura y le apasionaba la ganadería, pero nos decía: “El campo enfeece, empobrece, ennegrece y embrutece”; recto en sus negocios hasta el extremo, se daba el lujo de hacer pequeñas trampas como la de vender el ganado del Dobaibe “a ojo”, pero pesándolo previamente de manera furtiva en la báscula del Ocaso, no con el ánimo de engañar al comprador, sino con la esperanza de que le dijeran, ¡Que ojo el de don José Luis! Parecía impaciente pero…

Rubby González le hizo por allá en 1956 un regalo muy especial; un arbolito de una fruta misteriosa que se demoraba mucho en producir. Él, al que le parecía que el campo enfeecía, lo plantó en la arboleda que circunda la casa de San Pedro y esperó pacientemente solo quince años para ver la primera pepa: Era el mangostino.

Al principio le decíamos mangostán, pero poco a poco se impuso el nombre que hoy utilizamos. Creo que en algo tuvo que ver una frutica que venden en Cáqueza que se llama mangostán y que tiene un sabor que en nada se puede comparar con nuestro mangostino.

Hoy sabemos que la Garcinia Mangostana es una fruta de la familia Clusiaceae que tiene muchos nombres comunes. Además del de mangostino, manggis, mangostán, mangoustanier, mangostao[1]
“Se dice que es la fruta tropical más exquisita. La textura de su pulpa es melosa, suave, delicada y de un sabor azucarado. Los cascos son sueltos, blancos y muy sabrosos. Además el mangostán se destaca por su contenido en vitaminas del grupo B y en minerales, como el calcio, hierro y fósforo.”[2]

Muchos años intentamos en vano reproducirlos. Cuando se lograba que una semillita reventara, el arbolito se moría en poco tiempo. Se intentaron injertos de todo tipo y nunca tuvimos suerte. Casi perdimos la esperanza.

Una vez supe que había un sembrado en Acacías Meta, de propiedad de un exgerente de Exxon Mobil en Colombia, quien lo había abandonado por causa de la violencia. Fui hasta “La Guarupaya” con Miguel Garay y encontramos lo increíble. Un hermoso sembrado de doscientos árboles de mangostino en plena producción. Y logré que Miguel se “comiera el anzuelo”.

Pero no sabíamos reproducirlo. Miguel como agrónomo curioso, también “encarretó” su familia, compramos unas pepas de “La Guarupaya” y ¡manos a la obra! El vivero comenzó a crecer y el mangostino se pudo reproducir. Al principio echó el cuento de que las frutas que cultivábamos venían del legendario árbol de don José Luis, para evitar suspicacias de la administradora de “La Guarupaya”. También se sembraron frutas del árbol de San Pedro. Cuando había cosecha, Eduardo nos las mandaba y así el cuento quedo cierto.

Las primeras pepas se sembraron en 2001 y los árboles que resultaron se plantaron en el extremo oriental de Quebrada Vieja en 2003. No sabemos todavía si tendremos que esperar los mismos quince años que mi papá esperó para que los árboles fructifiquen. De todas maneras tendremos la misma paciencia, aunque hemos hecho lo posible para que el tiempo sea más corto. Nos encontramos un agrónomo loco, llamado Édgar Libreros que habla más que un perdido cuando aparece y le creímos. Nos enseñó a injertar los árboles jóvenes con yemas de árboles mayores productivos como el árbol de don José Luis. Las plantas se atrasaron, creímos que se morirían, pero los injertos comenzaron a prender. Sin embargo, como muchos de ellos eran más vigorosos que las ramas del árbol en que estaban pegados, se comenzaron a quebrar.¡El caos total! Encima de todo, hay árboles que se mueren súbitamente. Hoy están bien y mañana comienzan a marchitarse. No sabemos el origen de la enfermedad.


Dos años después de los injertos, un árbol echó treinta y dos flores y cuajaron catorce frutos. Antonia nuestra nieta personifica la esperanza de que nuestra paciencia tendrá que ser menor que la de mi papá. Posiblemente los árboles fructifiquen; es probable que la plantación no se adapte al clima de los Llanos Orientales; existe el riesgo de que nos pase lo mismo que al gerente de la Exxon Mobil. Pero lo que no dijo Cicerón es que sembrar, como educar, es esperar con fe, que si no se siembra nunca se producirá, ni supo que seguramente Antonia se va a acordar de su abuelo y tal vez va pensar en la paciencia de su bisabuelo cuando se esté comiendo un delicioso mangostino a la sombra de un añoso árbol allá en el extremo oriente de Quebrada Vieja.




[1] Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza CATIE, Costa Rica
[2] Ibídem

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